El 2008 va a agarrarnos sin el Nono sentado a la punta de la mesa.
A eso de las 10 ya vamos a estar acomodados en nuestros sitios rituales para combinar durante aproximadamente dos horas el afán por la comida con charlas de cómo están tus cosas, de alguna novedad, de las risas que suceden a la broma, al chiste de fútbol que te contaron esta semana, a la anécdota traída de los pelos pero que bien.
Van a dar las 12 y vamos a brindar sidra y abrazos. Algunos vamos a salir a ver los cuetes. El que vive al frente de la Tía se convierte en una especie de Rambo con pólvora china, todo un arsenal.
Hace varios años ya que el Nono había dejado de salir a ver los cuetes. Le jodían las piernas. Permanecía sentado y esperaba. La Nona, al lado, le hacía compañía en silencio, una intimidad plena y tácita que daban las Bodas de Oro ya sobrepasadas. Apenas haya llegado el 2008, alguien se va a quedar con la Nona, pero va a ser imposible acompañarla. No poder permanecer en la mesa a estar con el Nono la va a hacer sentir tan trágicamente sola.
El 2008 va a agarrarnos sin el Nono sentado a la punta de la mesa.
No había pasado más de un día, creo, cuando la Nona declaró:
- Yo quiero seguir viviendo en mi casa, que es la que él me construyó. Y bien, me voy a poner bien, yo quiero estar bien.
Yo hasta entonces no sabía lo que era tener huevos.
Cuando vuelva de ver los cuetes, no voy a encontrar por ningún lado el abrazo horizontal del Nono.
Después de 12, la mesa está un poco más calma, más sosegada. Aprovecharemos para abrir el champagne que mandó la empresa del Tío, quién andará por ahí con su placer ruidoso de despedazar nueces. La sobremesa tendrá el clásico color de garrapiñadas, turrón, maní con chocolate. Será, también, un buen momento para prender un pucho.
Hace unos años que fumo. Creo que no es mucho, no más de diez cigarrillos por día de promedio, Parisiennes. En el Nono la muerte se llamó cáncer de pulmón. Había dejado los puchos hace más de 25 años. Nunca supo de lo mío. Me acuerdo de una tarde cuando me preguntó si fumaba. Le mentí que no y se sintió aliviado.
Cuando decide que te va a matar, el cáncer te come en medio día.
Esa mañana de domingo yo dormía cuando llamó mi viejo. El 600 me hizo el favor irrepetible de aparecer a los 10 minutos. Cuando llegué al Italiano, corrí hasta la 314, creo que la 314, todo era tan borroso, tan empañados los vidrios.
Al Nono le divertía contar siempre los mismos chistes. Ahora dormía y vivía gracias a un respirador artificial. Hacía varias semanas que no iba a visitarlo a su casa, y todavía me cuesta reconocerlo tan flaco y sin nada de pelo. El Nono era bien pituco y llevaba el pelo engominado y perfectamente acomodado para atrás.
Pude verlo, pude tocarle la mano. Cuando volvimos de almorzar era un pecho tan descaradamente quieto y Nona que no quería entender.
Es tan terrible la forma en que uno empieza a acostumbrarse a que no puedas estar pero se hace imposible la idea de que no estés. Como paro de colectivos y yo esperando frente a una silla vacía en algún lugar del Centro, y saber que no vas a venir, pero que sea inviable dejar de lamentarse por ello.
Yo trataba de comprender, nada ni nadie me podía explicar cómo, cómo se agarra y se mete tanto Nono en un cajón y se lo tapa con un poco de tierra, tan así nomás que es una grosería. Me costó darme cuenta que no, que es difícil pero siempre nos queda esa vez que fuimos al cine, la radio prendida a la mañana, el olor de Villa Cabrera, el frasquito de Lord Cheseline, un chiste viejo de Carlitos Balá. Tanto Nono.
Un poco antes o un poco después de las 2, partiré a la casa de algún amigo. Entonces, cuando me despida de la familia, una vez más, el 2008 va a agarrarme sin el Nono sentado a la punta de la mesa.